He confundido al tiempo entre tus
piernas
y ya no sé si sigo soñando
o he despertado con tus antojos
mordiéndome la boca.
En cada preludio antes de un beso
lo primero es quitarse la ropa
por si no conoces del todo las reglas
del juego.
Y bailar,
como si te dijeran que estas a punto de
inclinar la cabeza
en el abismo que señala la salida del
mundo.
Tu vientre arqueado,
tus manos apretando las mías con
fuerza a tus caderas,
y toda esa sensualidad que desprendes
por la mañana
antes de abrirle los ojos al destino.
En la cabeza un repiquetear de tambores
antes de morderte como un animal.
“Qué brutito eres” me dices,
como si fuera fácil domesticar mi lado
más salvaje
llegados a este punto de tus pechos.
Así que intentando quitarme esta
sequía mañanera,
bebo de tu mar salado todas las gotas
de tus primeros gritos
y mi barba humedecida es un reflejo
de que todavía existen los oasis en
los desiertos.
Y tú,
que siempre vuelves como la penúltima
copa del bar,
como una fecha señalada en los
calendarios,
le arrancas la piel a la cama
y a mí la piel se me eriza como si
fueras un tenedor
rascando sobre un plato vació.
La libertad lleva tu nombre
y más cuando en ese momento de lujuria
de tus labios se escapa un te quiero.
Nuestros pasados y la ropa se confunden
en el suelo
llenando de decorados el sudor
impregnado en los cristales,
y el magnetismo artificial que hace
partícipe
a todas nuestras únicas intenciones
nos abraza fundiendo la piel y el amor
en una sola palabra:
orgasmo.
Estoy enamorado,
lo sé,
cuando me levanto de la cama y te digo:
Te preparo el café,
un cigarro
y luego lo repetimos.
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