viernes, 12 de septiembre de 2014

Cuando te tengo aquí.

He confundido al tiempo entre tus piernas
y ya no sé si sigo soñando
o he despertado con tus antojos mordiéndome la boca.
En cada preludio antes de un beso
lo primero es quitarse la ropa
por si no conoces del todo las reglas del juego.
Y bailar,
como si te dijeran que estas a punto de inclinar la cabeza
en el abismo que señala la salida del mundo.

Tu vientre arqueado,
tus manos apretando las mías con fuerza a tus caderas,
y toda esa sensualidad que desprendes por la mañana
antes de abrirle los ojos al destino.

En la cabeza un repiquetear de tambores
antes de morderte como un animal.
“Qué brutito eres” me dices,
como si fuera fácil domesticar mi lado más salvaje
llegados a este punto de tus pechos.
Así que intentando quitarme esta sequía mañanera,
bebo de tu mar salado todas las gotas de tus primeros gritos
y mi barba humedecida es un reflejo
de que todavía existen los oasis en los desiertos.
Y tú,
que siempre vuelves como la penúltima copa del bar,
como una fecha señalada en los calendarios,
le arrancas la piel a la cama
y a mí la piel se me eriza como si fueras un tenedor
rascando sobre un plato vació.

La libertad lleva tu nombre
y más cuando en ese momento de lujuria
de tus labios se escapa un te quiero.

Nuestros pasados y la ropa se confunden en el suelo
llenando de decorados el sudor impregnado en los cristales,
y el magnetismo artificial que hace partícipe
a todas nuestras únicas intenciones
nos abraza fundiendo la piel y el amor en una sola palabra:
orgasmo.

Estoy enamorado,
lo sé,
cuando me levanto de la cama y te digo:
Te preparo el café,
un cigarro
y luego lo repetimos.

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