miércoles, 10 de julio de 2013

Cuarto creciente.

Creo que no llegará el día en el que no salga por esta ciudad (que cada día se me hace más pequeña pero gigante a la hora de buscarte), me compre una cerveza, cargue en los hombros el peso de las resacas pasadas y siga vomitando flores y obsenidades en la puerta de cualquier portal esperando que alguna 'Luna' estropee mi camino a la desgracia.
Llevo el móvil siempre con la batería cargada por y para estos momentos, un boli con el que suelo escribir en las paredes de los baños de los bares (lo siento, me declaro culpable) y el recuerdo inoportuno de tu risa dándole palmaditas a la memoria. Sonrío de medio lado al mechero amarillo que tengo entre mis manos; si te soy sincero no sé realmente si es el tuyo, pero me gusta pensar que es así.
Esta mañana me he dado cuenta que todavía quedan destellos de tus cabellos por mi cama y el aire me sabe a ti, como si todo el resumen de tu inmortalidad haya venido a traerme el desayuno y el cobijo de tus abrazos en bollos que te comes un domingo por la mañana acompañado de unos besos de buenos días.
Sentado en este portal mal oliente por el vacío de las personas acostumbradas a mear en cualquier parte, pienso en escribirte a ti más que escribir de ti, pero no me atrevo; y me siento un cobarde que elige la distancia de palabras como su mejor arma, sabiendo que con ellas no podrá ni siquiera rasgarte un poquito la idea de pensar en él cuando menos lo quieras, porque prometí enamorarte cada día de tu vida y bajarte la cremallera sin que te des cuenta, pero la distancia... la puta distancia. Y mi cobardía, claro. No me queda más que la resignación de una mirada perdida y un mensaje que no dejo de leer donde mencionas estrellas, musas y al cielo.  Donde cualquier mueca es muestra del agradecimiento que te tengo por volver a despertar en mí estas ganas de escribir en tu ombligo el juramento de fidelidad a los lunares, volver a sacar este instinto animal de querer beberme tus miedos en una copa de caricias, de sentarme contigo en cualquier esquina y decirte: espera que te beso y escucho.
Los amigos me dicen: ¿otra vez enamorado? Sí, les respondo, con la melancolía de un niño que sabe que no volverá a tener infancia en unos años. Pero es que las personas no entenderán jamás de huracanes si no han visto tu andar, no sabrán de volcanes ardiendo si no te han visto beber de trago los sueños para luego sonreír, no sabrán de terremotos si no han escuchado el estrépito latir de tu corazón, joder, que está buenísima y lo sé.  Porque la he probado.
Ahora entiendo mejor el título de aquel libro y lo digo con el corazón en las manos: "si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven".
Quizá.
Algún día.

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