jueves, 4 de abril de 2019

Poco a poco

Conocerla fue como encontrarse un billete de cien en la calle,
como saltar el muro que te separa del castigo de tus padres
o como ver sobrevivir a un perro esquivando un coche.

Ya sabes,
quedarse con esa sonrisita tonta todo el día
pensando en la próxima vez que tropezarás con su boca.

Tiene nombre de princesa
y eso que a mí siempre los finales felices me han parecido un coñazo,
como la estúpida idea de vivir una comedia romántica
que te distrae de las buenas porno.

Pero esto no va de finales,
sino de comienzos.

Tiene los ojos cafés y su cuerpo el sabor del vino,
y os juro que he podido paladear el mar en su cuello
cuando el sudor le recorre la nuca.
Ha bailado mis berrinches culpando al azar por mis tantos enfados.
Qué ironía tú,
Tanto escupir al cielo
y él regalándome el terciopelo del puto milagro de sentirme vivo.
Y cuando digo milagro me refiero a tus caderas pidiendo permiso a mis desastres,
a las mil maneras que tienes de hacerte un nudo en el pelo,
a tu pelo rebelde rompiendo el himen del “mañana tengo que levantarme temprano”.

Hay amaneceres donde la luna se equivoca de estrella,
y este poeta miserable no hace más que recoger los versos
que los lobos lanzan por tu ventana de pestañas bien al rímel,
de tu piel con cremas de aloe vera
de tus labios rojos deseando manchar los míos.

Conocerte,
supongo,
es como ir al supermercado y ser el primero en la fila…
No se me ocurre analogía mejor para explicarte,
para hacerte saber,
para contarte, digo,
que desde que llegaste a mi vida he dejado de ser el último.
Porque ya no compito con nadie.

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