domingo, 14 de abril de 2019

Piensa, piensa, piensa...

Un día despiertas pensativo y esta cosa a la que llamamos existir ya no te gusta tanto. Te sientas al borde de la cama y piensas en el cuerpo y en la mente, en el equilibrio de la cuerda floja por donde caminas, piensas incluso en las personas que mordieron tus sueños como nubes de algodón. Te sientes insatisfecho contigo, vas al espejo y dardos de preguntas absurdas te rodean: perder o ganar peso, los hombros, el cabello, azul o negro... Los ojos te arden, el día se muestra terrible, repetitivo, terriblemente repetitivo.
Un día despiertas y piensas en cosas que normalmente no sueles pensar. En el sol, en el aire, en el agua contaminada que gotea por los grifos, en los cigarrillos, en el alcohol, en las drogas, en la muerte ¿hasta qué año vamos a durar? ¿A qué dirección nos empuja la inercia? Piensas en la basura, en el ruido contaminado de los que hablan de moral sujetando el ratón con la mano izquierda, en las razones de la derecha, en los autos, en el tráfico, en las personas que van dentro de los autos y ocasionan el tráfico. Creas anagramas confusos que vas dejando por la mitad, proyectos, amores, Dios y Satán, el bien y el mal.
Te sientes cansado y cada día sabes menos de lo que pasa. O cómo pensar, o cómo parar de pensar. Cuánta tontería... eso jamás tiene un fin porque siempre estaremos equivocados y cansados de repetir los mismos errores, pensando en las cosas que suceden de la puerta para afuera, creando expectativas que nos dejan frustrados o felices, hasta el día que no haya más en qué pensar. O hasta que dejemos de existir.

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