domingo, 12 de julio de 2015

Y menos mal...

Menos mal que te fuiste.
Así no tendrás que mirarme más por la mañana,
ni soportar la manera que tengo de besarte cuando despiertas,
ni esperar en la cama fingiendo que duermes a que suba con el desayuno del bar de la esquina,
o arropar con caricias las resacas del domingo después de una noche de guerra.

Menos mal que te fuiste.
Así no tendrás que aguantar mis abrazos apretados como si el mundo se fuera a acabar con tus bostezos,
ni mi constante manía de darte golpecillos en el culo para meternos en la ducha,
no tendrás que reventarte los oídos con mis palabras susurrando en tus costillas,
ni secarte el pelo lidiando con mis impulsos de abrazarte por la espalda.

Menos mal que te fuiste.
Así no tendrás que regar los girasoles de tu terraza,
ni escuchar mis cansinos poemas hablando del brillo de tus ojos,
no tendrás que bailar todas las canciones después de una botella de vino,
ni mirar hacia arriba al bajar las escaleras de mi casa.

Menos mal que te fuiste.
Así no te incomodará mi barba rebuscando en tu entrepierna,
ni gastar el timbre de tu voz pidiéndome que te vuelva a comer el coño,
no tendrás que soportar mi cuerpo sudado junto al tuyo,
ni escuchar otra vez eso de: Espera cariño, que me quiero correr contigo.

Menos mal que te fuiste.
Así podrás borrar mi número de tu agenda,
y leer los libros que quieras sin escuchar mis críticas inoportunas,
podrás creer y crear el teatro que te de la gana,
y soportar sola, o con otra piel, las cenas sorpresas.

Menos mal que te fuiste.
Así podrás hacer de tu día un lugar maravilloso y no enterrarte en el infierno de mis sueños,
ni tendrás que darme la mano al caminar por la calle,
no tendrás la agonía de presentarme a toda tu familia,
ni que todos tus amigos sepan de mi existencia.

Menos mal que te fuiste
y no te veo.
Porque no conozco peor despedida
que volver a saludarte
con dos besos.

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