martes, 24 de febrero de 2015

Anna siempre tiene frío.
Por más que encienda la calefacción
y se envuelva con las mantas del sofá como un regalo de cumpleaños,
siempre tiene frío.
Yo hago lo que puedo:
la abrazo,
me escondo con ella bajo las sabanas,
capturo sus pies entre mis piernas,
le beso la nariz,
las manos
y la frente,
le preparo infusiones insuficientes,
acaricio sus cabellos de cascada,
lamo su piel de chocolate...
Yo no sé exactamente qué tengo que hacer
cuando la veo encogerse entre mis brazos,
o me mira con ojos de niña caprichosa,
o me dice: Háblame bajito que así estás más cerca.
De verdad,
no sé qué tengo que hacer:
Si declararle la guerra al invierno.

O darle las gracias.

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