“Soy un tío valiente” me digo mientras
recojo la ropa del suelo
y ato los cordones de las zapatillas que decido
llevar ese día.
Mientras lo hago, practico en voz baja eso de
soltar sentimientos
como quien saca la basura después de una noche
de fiesta:
con cuidado de no romper la bolsa y la mierda
termine otra vez por los suelos.
Teniendo en cuenta el clima de mis emociones
abrigo lo que me queda de sinceridad
y salgo a la calle con los segundos rozándome
los talones,
pero los cordones atados para no tropezarme.
Otra vez.
“Soy un tío valiente” me digo mientras el
aire de la primavera va en dirección contraria
y yo lucho con los semáforos en rojo,
los peatones cabalgados por deudas, pero con
trajes a la moda,
contra los quince bares que adelanto antes de
llegar a la parada del metro
que me retuerce el estómago con sólo verlo
crecer.
Y la escalera, claro, que lleva tu nombre desde
el día aquél que tropezamos.
¿Lo recuerdas?
Tú con las prisas porque ibas a perder el tren
y yo, acostumbrado a eso, caminaba escribiendo
frases en el móvil.
Hola, me dijiste.
Adiós, te conteste.
Sí, así de patético y distante.
“Soy un tío valiente” Me digo mientras me
aferro a la barandilla
y me alejo de la seguridad de la calle.
Sí, el metro me sigue dando miedo.
Y las veces que digo tu nombre en voz muy baja
y el eco de tu ausencia termina creando
terremotos.
También le tengo miedo a la muerte,
antes ni siquiera me importaba,
hasta me burlaba de ella,
pero un día apareciste en mi puerta con el
pelo mojado por la lluvia
y sonreíste...
y bueno, ya sabes.
“Soy un tío valiente” me digo mientras me
dirijo al bar donde estarás sentada
bebiendo una cerveza,
liándote un cigarrillo de ese tabaco tan raro
que fumas,
leyendo a Montero o Cortazar y subrayando las
frases que te atrapan.
Estarás allí,
llenando el bar de miradas curiosas,
de gente que no se atreve a hablarte,
de recuerdos en cabezas de borrachos
que hablarán de ti como una fábula en su
historia.
Y yo camino como si el mundo se estuviera
cayendo a pedazos,
con un solo objetivo,
con prisas,
con tu aroma rescatado de las sábanas,
apretando los dientes,
los puños,
suplicando al tiempo que me devuelva los
segundos que pierdo mientras duermo
y no te miro,
y no me miras,
y no es justo,
nada es justo.
Y el tiempo avanza
y yo te juro amor,
que me vuelvo héroe,
que me vuelvo aire,
que me vuelvo agua,
valiente, valiente, valiente...
Y llego puntual por desgracia,
hubiese preferido llegar antes.
Abro la puerta,
el silencio se apodera de mis manos,
...de mis ojos...
...de mi voz....
Y tú me ves, sonríes y dices:
“ven aquí valiente y dame un beso”
Y entonces
yo me hago picadillo.
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