miércoles, 15 de octubre de 2014

Lado B

A mis miedos les crecen
alas cada vez que
me convierto
en capullo.

Y entonces,
todo deja de florecer.

Es que voy a revés del mundo:
bajo la escalera cuando tengo que subir,
abro la puerta cuando la tengo que cerrar
y casi siempre enciendo la luz antes de dormir.

"Ya te vale"
me repito en voz muy baja
mientras me escondo detrás
de los espejos de mi infancia
y añoro los abrazos de mis padres.
No me queda tanta gasolina en este motor
que ruge como un león moribundo
atrapado en el fondo de mi pecho
al que la gente lo sigue llamando corazón.

Muchas veces,
me siento lágrima en la mejilla de un rostro ajeno
y ya no sé de hasta cuándos estoy realmente de ser feliz.
 
Esperar como norma de supervivencia
mientras todos
cuelgan fotos de sus logros
en las redes sociales.
Alguien debería decírselo:
pocas veces se gana cuando más se tiene.
Y aun así no sé muy bien a qué llamar victoria.

¿Comparado con qué?

No digo nada,
pero lo suelto todo.

Porque no me van los sueños de otros
ya que últimamente no hago más que huir.

De mí.

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